La música es la mas antigua de nuestras formas de expresión, mas antigua que el lenguaje y que el arte, comienza con la voz y con nuestra necesidad preponderante de darnos a los otros. De hecho, la música es el hombre, mucho más que las palabras, porque estas son símbolos abstractos que transmiten un significado factual. Según Daniel J Levitin, el americano promedio gasta más dinero en música que en sexo y drogas prescritas[1] . De hecho, la música ocupa mas áreas del cerebro humano que el lenguaje – los humanos somos una especie musical. Por este mismo hecho, deberíamos mantener la apreciación musical como parte intrínseca de nuestro ser. El ser humano esta hecho para apreciar la música.


La valoración musical es parte de la hominización que menciona Teilhard de Chardin, ya sea al escuchar o hacer música, es decir, es parte del proceso mediante el cual el hombre se hace más verdadero y plenamente humano. La música cumple con el público al ser ornamental (“Musique d’ameublement”, hubiese dicho Erik Satie) y acompañarlo a uno en todo momento, además de reforzar los procesos de legitimación e identificación personal, y darnos el llamado “suspense”[2] que nos da la experiencia de ver musica en vivo, en el momento supuesto de apreciarla.


La ornamentación musical no esta sujeta a su valoración, ya que la música en este aspecto cumple un factor ambiental, ya que se reduce la experiencia musical al servicio de una actividad o a una experiencia propia. El acto de escuchar musica es mucho mas complejo, requiere atención unisensorial y concentración sobre la misma, eso sin mencionar que no todos podemos hacerlo. Oliver Sacks, en su libro “Musicophilia” explora casos diversos de trastornos que se asocias justamente con la música, desde un hombre que es golpeado por un rayo y de repente es inspirado a ser un pianista a la edad de cuarenta y dos años, a un grupo entero de niños con el síndrome de Williams, que son hipermusicales de nacimiento; desde gente con amusia, a quienes una sinfonía les suena como el golpear latas y cucharones, a un hombre cuya memoria dura siete minutos para todo, excepto la música[3]. Teniendo todas nuestras facultades intactas, no podemos dejar de lado la experiencia de escuchar música y apoderarnos de ella.


Cuando uno va a un concierto “under” de metal, uno sabe que no estará frente a una presentación de musica de cámara. El cerebro procesa la información y la guarda, predice opiniones sobre lo que sucederá después, y cualquier sorpresa a esto nos hará distinguir y apreciar una musica de otra. El culto de la emoción como móvil creador y factor de comunicación nace con el romanticismo, y por ello ahora se considera la emoción del compositor una emoción hallada en las peripecias de su existencia, con un valor en si. A la vez, nuestra carencia de apreciación nos hace creer que estas emociones se transmiten fácilmente ante la vulnerabilidad de las personas y que uno puede llegar hasta a suicidarse por la musica que escucha. El suspense al que nos remite Alejo Carpentier esta en la emoción de ver a Pete Townshend al lanzar una guitarra y lanzarla contra el piso, al tener expectativa de que algo suceda al escuchar la misma canción por enésima vez, no al pensamiento de que siente o piensa el músico o que transmite al publico para que este tome acciones relevantes en su vida.


Apreciar la musica es entonces tomar cuenta de su existencia, sorprendernos por el mismo hecho de que existe y dejar de lado el academicismo emocional y los diccionarios de ideas recibidas. Para escuchar musica se debe entrenar el oído, disfrutar de las diversas melodías en su integridad musical y valorar como oyentes, no como aquel que exige emociones y demanda verlas satisfechas. Apreciar la musica es parte de desnudarse ante su magnificencia, de disfrutar en estadios hipnóticos como los que señalara Proust durante las observaciones que realiza durante la Quinta Sinfonía de Beethoven, sin la necesidad de consumir haschich[4]. Tenemos facultades fisiológicas para disfrutar de la musica, y no apreciarla por crear de ella una herramienta de compañía durante los sábados en discotecas de moda es desperdiciar la capacidad de oír las pulsaciones propias inherentes al ser humano.





[1] Levitin, D. This is your brain on music — The science of a human obsession, Nueva York, ITC Century Book, 2006.

[2] Carpentier A. Ese musico que llevo dentro, Siglo Veitiuno Editores, Buenos Aires, 1987.

[3] Sacks, O. Musicophilia, Nueva York, Vintage Books, 2008.

[4] Proust, M. “Essays and Articles”, Nueva York, Kindle Books, 1982